|
Estación a ninguna parte, óleo sobre tela, 2014 |
La formación en la Facultad de Bellas Artes de
Madrid marcó la carrera de Menéndez-Morán. Sigue fiel a la figuración. La
exposición que presenta en la Galería Antonio de Suñer lo manifiesta. Sus Estaciones,
tanto del tiempo como de la vida, son una sinfonía de luces atrapadas en el
discurrir de las épocas, de las temporadas, siempre con un paisaje de
referencia, cada cuadro atrapa un momento distinto que marca el paso del
tiempo. Su oficio se muestra excelente. Ya cosechó éxitos, como el Premio
Carlos de Haes, en 1989, en cuyo jurado figuraba Antonio López, maestro del que
no se olvida. Por eso su propuesta es minuciosa, trabajada pincelada a
pincelada hasta lograr unas superficies llenas de matices.
Hace 20 años que críticos como Juan Manuel Bonet
decían de Menéndez-Morán que heredaba a Corot, a Balthus o a los italianos del
Novecento. Hoy incrementarían esa herencia con Hopper o Rothko, porque ha ido
más allá y ha desarrollado unos lienzos que evocan la soledad en el paisaje (Estío
en el paisaje de Santa María o La primavera en el paisaje de Santa María),
la placidez de unos personajes que toman el sol en una terraza (Luz de
verano o Terraza en primavera),
o una experiencia mística cuando se centra en una parte del entorno para
llegar a cierto toque de abstracción, sin abandonar su meticulosidad
realista (Primavera con cielo rosa
o Bruma de verano). Pura metafísica. Siempre atento al paso de las
estaciones, que modifican los colores del paisaje, Menéndez-Morán introduce con
preciosismo elementos que dan otra vida a sus cuadros, una dimensión más
cercana. En Quema de rastrojos surcan los ocres unas hileras de humo que
tiñen de poética el panorama. Pero además, reflexiona sobre el abandono, sobre
el efecto que produce el descuido. Su Estación a ninguna parte es de un
lirismo inquietante. Sus formatos van desde los pequeños estudios, íntimos e
idílicos, como Cielo azul, que mide 24 cm. por 33 cm. hasta piezas que
miden dos metros de alto por dos de ancho, como el magnífico El Pórtico,
un cuadro en el que el tiempo atrapado desde el siglo XIII se manifiesta minuto
a minuto, inalterable, con una presencia que las centurias no han logrado
enterrar. Es un espacio invariable y presente, ajeno a la corrosión propia de
su nacimiento en el románico tardío. La maestría de Menéndez-Morán lo ha
embalsamado para presentarlo ahora en todo su esplendor.
|
Cigüeña, óleo sobre tela, 2013 |
|
|
Pórtico, óleo sobre tela, 2012 |
|
Terraza en primavera, óleo sobre tela, 2012 |
|
Primavera por la tarde desde la terraza, óleo sobre tela, 2013 |
|
El pantano, óleo sobre tela, 2005-2010 |
|
Luz de primavera, óleo sobre tela, 2013 |
|
El estío en el paisaje de Santa María, óleo sobre tela, 2012 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario